martes, 21 de noviembre de 2017

Raqqa: nada que celebrar.

El 22 de diciembre de 2016, Aleppo, la ciudad más grande de Siria y motor industrial del país, fue liberada, tras más de cuatro años, de la ocupación y barbarie de grupos de “rebeldes moderados” pertenecientes a distintas facciones de Al Nusra (terroristas cuando actúan en Occidente) y del ISIS, por el Ejército Árabe Sirio (SAA) y sus aliados (Rusia, Hezbollah, Irán y la Brigada palestina Al Quds).
El 5 de septiembre de 2017, el SAA, con el apoyo de Rusia, acabó con el asedio de más de tres años al que mantenían a la ciudad de Deir Ezzor el Daesh y distintas milicias terroristas financiadas por EE.UU. y aliados. Ambas reconquistas han marcado el principio del fin de la presencia del ISIS en Siria, con lo que la victoria final a la intervención occidental – mal llamada por algunos “guerra civil”- se antoja cada vez más cercana.
Imágenes de Aleppo, diciembre 2016. La alegría inundaba las calles y la Navidad se pudo celebrar por primera vez tras largos cuatro años. Imágenes que no recorrieron el mundo.
Estas dos grandes victorias fueron silenciadas por los medios occidentales, cuando no se lamentaron por ellas, llegando incluso a titularlas como “caída ante el régimen sirio”.
No ha sucedido lo mismo con Raqqa, uno de los más importantes bastiones del Estado Islámico, en cuya batalla intervinieron EE.UU. junto con las SDF (conformadas por milicias “rebeldes” y los kurdos sirios del YPG). Medios de todo el mundo dedicaron páginas y reportajes a alabar su “liberación”. Pero, en realidad, no fue una liberación de las garras del terrorismo. La batalla de Raqqa debería pasar a la Historia como una de las mayores masacres a civiles inocentes llevadas a cabo, de nuevo, por el entorno de EE.UU. y la OTAN, con la colaboración necesaria del YPG.
Fue el 2 de marzo de 2013 cuando el Frente Al Nusra invadió la ciudad, situada al norte de Siria, y la capturó en tan solo tres días, convirtiéndose así en la primera ciudad en caer completamente en manos de esta facción terrorista. La ofensiva final para arrebatar la ciudad dio comienzo el 6 de junio de este año cuando las Fuerzas Aéreas de EE.UU, en estrecha cooperación con las SDF/YPG, comenzaron a bombardear Raqqa en la que aún permanecían cautivos más de 200.000 civiles sirios y se dio por finalizada el 17 de octubre de 2017. Ha sido en este periodo de casi cinco meses cuando se han llevado a cabo horribles crímenes de guerra de la mano de la coalición occidental/kurda con el silencio cómplice de los medios occidentales.
Imagen de la coalición SDF formada por las YPG kurdas y distintas facciones terroristas.
Imagen de la coalición SDF formada por las YPG kurdas y distintas facciones terroristas. Foto2.: soldados USA y kurdos en estrecha colaboración.
El objetivo de EE.UU. no ha sido nunca liberar Raqqa del Estado Islámico. Raqqa ha servido de excusa para entorpecer los exitosos avances del SAA y sus aliados a través del territorio ocupado y para trasladar a los terroristas de este bastión, a través de corredores seguros, a Deir Ezzor, que entonces aún sufría el asedio y para reforzarlo. Por parte de las YPG kurdas, su interés inequívoco era anexionar Raqqa, territorio rico en gas y petróleo, a su proyecto del Gran Kurdistán, conformado por territorios que se adentran en Turquía, Iraq y Siria, proyecto que apoya abiertamente Israel, que estaba al tanto de las “negociaciones secretas” entre los norteamericanos y representantes del ISIS en relación a una retirada sin resistencia de los yihadistas para entregar Raqqa a los combatientes kurdos apoyados por Washington y así proclamar este nuevo Estado “independiente”. A su vez, EE.UU., en virtud de su apoyo logístico, armamentístico y económico a las fuerzas kurdas, se aseguraba su presencia permanente, junto a la de Israel, en una zona altamente codiciada por su alto valor petrolífero, geoestratégico y desestabilizador con el que acorralarían a Irán, su próximo objetivo, y se acercarían aún más a Rusia.
Desde primavera, los bombardeos de la coalición occidental, apoyados por la artillería kurda, se incrementaron. Sus objetivos eran claramente civiles (hogares, escuelas) y contra sus infraestructuras (puentes, carreteras, edificios, hospitales, generadores eléctricos) favoreciendo, así, la presencia de ISIS, cortando accesos y rutas que impidieran llegar al Ejército Árabe Sirio y a sus aliados a la ciudad. Cada día, decenas de civiles morían, cada semana se contaban por centenares. La población civil se encontraba, pues, prisionera por la presencia de los yihadistas y por los continuos bombardeos y ataques de los que suponían llegaban en su auxilio. Pero no había llegado lo peor. Los aviones de combate estadounidenses comenzaron a lanzar fósforo blanco (arma química cuyo uso está prohibido y cuyos efectos son profundas, extensas y dolorosas quemaduras que, en ocasiones, llegan hasta el hueso y provocan una muerte cruel) y cohetes MGM-140B, que disparan alrededor de 274 granadas antipersonas, capaces de exterminar a cualquier ser vivo en un radio de 15 metros sobre los barrios residenciales donde se resguardaba la población.
En las imágenes, bomba de fósforo arrojada por la coalición sobre uno de los barrios de Raqqa
Estos ataques sobre la población civil fueron denunciados por activistas en la zona y por la propia agencia de noticias siria SANA. Ante la evidencia, EE.UU. reconoció su uso, pero no por ello dejó de utilizarlo.
A mediados de junio, organismos nada sospechosos de ser pro-sirios, como la ONU, el HRW y el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), comenzaron a alertar del enorme número de víctimas asesinadas a manos de la coalición USA/SDF. En dos meses de ataques, habían muerto más civiles que terroristas del DAESH. Durante estos ataques, francotiradores terroristas y de la coalición occidental, han matado incluso a personas que trataban de huir por el Éufrates. Mientras, portavoces kurdos anunciaban la próxima toma de la ciudad y su intención de convertirla en una zona “autónoma” del legítimo Gobierno sirio y su próxima anexión al Kurdistán (Raqqa jamás ha estado dentro de las fronteras del Estado reclamado por los kurdos), por lo que se comenzó a considerar esta matanza de civiles como una verdadera limpieza étnica sobre los habitantes árabes de la ciudad, cifrados en más de 200.000 antes de los ataques.
Éstos vivían obligados a sobrevivir entre los ataques aéreos de la coalición y las minas instaladas por los terroristas que huían de Raqqa hacia otros lugares para seguir luchando contra el SAA, gracias a la ayuda de los corredores seguros que EE.UU. habían abierto para tal fin. Los pocos afortunados que pudieron huir de este terror denunciaban estos ataques intencionados sobre la población civil, incluso cuando había niños jugando en la calle, pero llama poderosamente la atención que ningún medio occidental se hiciera eco de estos crímenes de guerra cuando, en el caso de Aleppo, nos inundaban de imágenes de los falsos ataques que se atribuían a la coalición siria rodados y difundidos por los Cascos Blancos.
Poco a poco, los terroristas huídos y trasladados iban siendo sustituidos por las milicias kurdas mientras la población civil estaba cada vez más mermada. El 17 de octubre se anunció, por fin, la “liberación” de la ciudad y los medios de todo el mundo se hicieron eco. No hubo imágenes, no podía haberlas, de gente inundando las calles de alegría, recibiendo a sus “libertadores” con agradecimiento. Las cifras más optimistas hablan de 25.000 hombres, mujeres y niños muertos en esta última ofensiva desde junio. Las imágenes que dieron la vuelta al mundo mostraron un desierto de cenizas, una ciudad devastada en la que bajo sus escombros aún permanecen cientos de cadáveres, una ciudad borrada del mapa por la barbarie imperialista. No, Raqqa no ha sido liberada, sólo ha pasado de la mano de un grupo terrorista a otra, hasta que no vuelva a pertenecer al Gobierno legítimo de la República Árabe Siria. En Raqqa no hay nada que celebrar.
Imágenes de la devastación de la ciudad de Raqqa.


Publicado originalmente en: queridxs camaradas

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