miércoles, 12 de octubre de 2016

Siria: La guerra que perdimos.

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Sin duda, ni los halcones más recalcitrantes de la política exterior norteamericana tuvieron como presupuesto que la componenda planeada contra el gobierno del presidente sirio Bashar al-Assad, iba a tener estas consecuencias. Aunque de esto no se desprende que si los analistas del Pentágono lo hubieran advertido, los Estados Unidos y sus socios menores Reino Unido y Francia, hubieran detenido sus planes.
A casi seis años de iniciada las acciones en Siria, la oposición interna e internacional al presidente al-Assad ha tenido tantos cambios de dirección que, de trazarlas en un mapa, asemejaría a un delta.
En el largo y sangriento trayecto de esta guerra, no se han privado de nada, incluso del genocidio, tanto que quizás con algún razonamiento tan pueril como estúpido, alguien podría terminar preguntándose si al final del conflicto sirio, pongamos que alguna vez lo tenga, habrá algún remedo de los juicios de Nuremberg, y podamos ver a Obama, Hilary Clinton, Sarkozy, Flanby Hollande, Cameron, el rey Salmán bin Abdulaziz, el emir Tamim ben Hamad al-Thani y su abdicado padre Hamad, a Erdogan, a Bibi Netanyahu, q Ban Ki-moon y su otrora segunda y aspirante a sucederlos, protectora de pedófilos -entre otros atributitos morales- y actual canciller argentina Susana Malcorra, entre una veintena más de testas coronadas, sentados en un tribunal, que enjuicie sus acciones que han provocado una de las crisis humanitarias más espantosas de estas últimas décadas.
Algunos analistas insisten con que es la más grave desde la II Guerra Mundial. Alguna vez, Woody Allen, en referencia al holocausto judío, dijo: “Los récords están para ser superados”; por eso mejor es no dar ideas.
Más que inocente habría que ser imbécil para esperar, por ejemplo, que Obama, de pie y  en silencio con la cabeza gacha, espere circunspecto la decisión de un tribunal que lo condene o lo absuelva por el asesinato de varios millones de personas, la demolición de media docena de países junto a su gavilla multinacional.
La gran prensa internacional, partícipe necesario de todas estas matanzas, desde hace semanas informan a plena voz y tonillo triunfante, sobre la creciente debilidad del Estado Islámico, el gran monstruo engendrado en el fragor de esta guerra: la perdida de territorio, la desaparición de sus fuentes de financiación, la aniquilación de sus hombres, la destrucción de sus almacenes de armamentos y salas de operaciones de inteligencia (en manos de la CIA y el Mossad), las fuertes derrotas sufridas en Shargat y Qayyarah, todo pareciera ser por obra y gracias del Espíritu Santo. Al tiempo que en un ejercicio de esquizofrenia absoluta, la gran prensa acusa al “régimen” de al-Assad y a la intervención rusa, junto a Irán, Hezbollah y China, de los constantes ataques a la población civil con armas químicas, lanzamiento de barriles explosivos desde el aire, el uso artillería antibúnker, proyectiles de fragmentación y bombas que han demolido edificios y destruido manzanas enteras de todas las ciudades sirias. Alepo es por caso el ejemplo de ese martirio, aunque sobre evidencias del accionar de los “moderados” de al-Nusra que impiden la salida de la población civil de la ciudad para poder utilizarlos como escudos.
A todo esto, rápidamente, el cansino Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, ha calificado de “crímenes de guerra”, por si a alguien no le quedaba claro, justificándose con que este armamento está  prohibido para el uso contra objetivos civiles.
La pregunta es: ¿cómo se combate a un ejército irregular como el Daesh, que no se ajusta a otra norma que su fanatismo y se esconde entre la población civil, a la que castiga, con todos los métodos posibles: muertes, torturas, encarcelamiento, violaciones, extorsiones y secuestros?
El representante sirio en Naciones Unidas, Bashar Jaafari, denunció un plan de ataque químico contra la población civil, para luego culpar a las tropas del gobierno, como ya se ha hecho en varias oportunidades. En este caso, el ataque estaría a cargo del grupo fundamentalista Ahrar ash-Sham, aliados del Frente al-Nusra, que recientemente había anunciado su separación del Daesh y que pretendía ser considerado como oposición “moderada”.
En su denuncia, Jaafari da detalles del tipo de armas a utilizar contra la población civil, que incluyen fósforo blanco, al tiempo que los implicados en la simulación utilizarían uniformes del Ejército Árabe Sirio, y que sería grabado en video, como prueba “irrefutable”; además, el diplomático sirio informó que expertos norteamericanos estuvieron presentes en los lugares de almacenamiento de los productos químicos, en la ciudad de Saraqib, al norte del país, tras lo que abandonaron el país por la frontera turca. Ya en agosto último, los “moderados” habían denunciado que Rusia había atacado con armas químicas a población civil de esa ciudad.
Sin que se le mueva un músculo por la vergüenza, el ministro francés de Exteriores, Jean-Marc Ayrault, reclamó una resolución del Consejo de Seguridad que detenga los combates (alentados por ellos) y advirtió que los responsables de los ataques a Alepo, entiéndase Rusia, “tendrán que rendir cuentas”. Quizás, con el característico coraje francés, tan bien demostrado en Dien Bien Phu o en la Kabylia argelina, decida pedirle explicaciones personalmente a Moscú.
Todas las culpas son rusas
El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, quizás la única persona seria y creíble en toda esta crisis, y su par norteamericano el Secretario de Estado John Kerry, habían acordado en Ginebra el último 9 de septiembre una tregua en el conflicto sirio, pacto que nació prácticamente muerto, ya que aviones de los Estados Unidos atacaron horas después de lo acordado en Ginebra, posiciones del Ejercito Árabe Sirio, en uno más de los muchos lamentables errores de Washington (Ver: Siria y el perro que no la suelta).
Una vez más, Kerry ha llamado este último viernes a Lavrov para volver a acordar la tregua.
Una noticia que si bien se puede esperar poco, sería importante intentarlo otra vez, ya que ambas potencias han definido militarmente sus posiciones de manera rotundamente opuestas.
La Casa Blanca pretende de Moscú el inmediato cese de los bombardeos a posiciones de los “moderados”, aunque nadie pueda establecer que diferencia a un moderado de un fundamentalista en esta guerra; y el Kremlin exige a Washington, justamente que obligue a los grupos rebeldes que apoya, a desligarse de la milicias vinculadas a al-Qaeda y al Daesh.
Rusia pretende llegar al fin del conflicto con al-Assad, por otra parte el legítimo presidente de Siria, en el poder; al tiempo que Estados Unidos exige su inmediata destitución, para acomodar en Damasco a alguno de sus aliados, que desde el comienzo del conflicto rugen valerosamente bien atrincherados en Londres, a 3500 kilómetros del frente de guerra.
Infinidad de operaciones mediáticas se han trazado a partir del quiebre del último alto el fuego, intentado dejar al presidente Vladimir Putin como el malo de la película.
Desde el ataque en la frontera turca a un convoy humanitario de ONU, hasta los bombardeos a objetivos civiles en distintas ciudades sirias particularmente, y en estos días a Alepo.
Como parte de toda esta operación política-diplomática y mediática, es que ha resurgido al plano internacional un verdadero experto en ataque a población civil, el multimillonario ucraniano Petro Porochenko, a la sazón presidente de su país tras el golpe fascista del 22 de febrero de 2014. El rey del chocolate, como mejor se lo conoce, viajó a Nueva York para participar en el Consejo de Seguridad de la ONU y respaldar a los Estados Unidos en su acusación contra Rusia, de haber bombardeado el convoy humanitario.
En esa misma semana, y solo por pura casualidad, el Equipo Internacional que investiga la caída del avión de Malaysia Airlines MH17, que cubría la ruta entre Ámsterdam y Kuala Lumpur, y que cayó sobre territorio ucraniano el 17 de julio de 2014, dejando 300 muertos, aseveró que fue atacado por un misil Buk, de la serie 9M38, llevado desde Rusia hasta Ucrania y disparado de un campo cercano a la localidad de Pervomajsk, al este del país y cuya lanzadera fue rápidamente devuelta a territorio ruso por carretera.
Sin duda, la guerra en Siria se ha expandido al plano mundial, y restableció la Guerra Fría; aunque este no fue su único “logró”.
Podríamos sumar la crisis de los refugiados, que han provocado no solo el Brexit, sino el resurgir del neo-nazismo en muchísimas naciones de la Europa, donde no sólo han ganado espacio en la sociedad sino también más de un gobierno, Polonia y Hungría como los ejemplos más claros. Estas situaciones han puesto en jaque incluso la  continuidad de la Unión Europea, hasta hace unos meses una de las organizaciones más sólidas del mundo.
Otra de las consecuencias ha sido la expansión del terrorismo a escala mundial, donde hoy es tan peligroso tomar un café en Yakarta como en París, o en San Francisco como Dacca, visitar un museo en Túnez, como un mall en Munich, viajar en subte en Bruselas, como asistir a un festejo popular en Niza y ni hablar si se es ciudadano de algún país sin importancia como Nigeria, Libia, Mali o Somalia.
Es claro, entonces, que esta guerra que solo parece interesar a Sira la hemos perdido todos.

Publicado originalmente en: El zaperoco de la realidad

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