Dicen las crónicas de los grandes medios de comunicación españoles que Bashar Al Assad cuando visitó Córdoba y Medina Azahara con motivo de la exposición “El esplendor de los Omeyas” allá por el ya lejano 2001, expresó en numerosas ocasiones sentirse como en casa, como en Damasco. Eran otros tiempos, en los cuales Al Assad era recibido y percibido en Occidente como el hombre que estaba llamado a romper con el siempre incómodo legado del “socialismo árabe baazista” y a hacer de Siria un país amigo y aliado, es decir, un país vasallo. La gran esperanza occidental puesta en el joven Bashar se iría desvaneciendo poco a poco, para hacerlo definitivamente en el 2011; de las alabanzas al joven Bashar poco ha quedado, entrando su perfil para siempre dentro de los esquemas de demonización del enemigo. Algún que otro columnista español recordaría años después, una vez ya estallado el conflicto sirio, la visita de Al Assad a Córdoba e irónicamente señalarían, en una clara impostura intelectual, las según ellos similitudes entre la destrucción del Versalles andalusí y la de Siria.
Después de 6 años de guerra, los
grandes medios de comunicación continúan con su relato sobre el conflicto
sirio, aquel que habla de un tirano opresor que encuentra un especial placer en
someter y aniquilar a su pueblo, negando que realmente el conflicto tuvo su
origen en la oposición de Bashar Al Assad a los intereses occidentales en su
lucha global por la explotación, distribución y comercialización de los
recursos energéticos, concretamente del gas en este caso. Se sigue negando que
Occidente instrumentalizó y manipuló los diferentes problemas internos sirios,
desempolvando y actualizando los viejos planes de intervención en Siria
diseñados por la CIA y el Pentágono, con el fin de socavar la soberanía
nacional e instalar un nuevo régimen fiel a sus intereses. Cuando no lo
consiguieron, el objetivo pasó a ser otro: convertir Siria en un caos
permanente. Los derechos humanos, la democracia, y toda la retórica
justificativa nunca interesó lo más mínimo ni a Occidente ni a sus “rebeldes”,
es más, hoy podemos afirmar que si un actor ha quebrado continuamente los
derechos humanos y la democracia del pueblo sirio desde el 2011 ha sido
Occidente y sus “rebeldes”, tomen la denominación que tomen.
Recientemente, el escenario sirio
se ha vuelto a complicar con la intervención militar turca en Afrin. Tomando
como mera excusa el plan norteamericano
nunca concretado de despliegue de una guardia fronteriza kurda, Erdogan ha
lanzado al ejército turco, el segundo más grande de la OTAN, contra las fuerzas
de las YPG kurdas, utilizando también a sus aliados sobre el terreno, el
Ejército Libre Sirio -también conocidos como los “rebeldes moderados”-, las milicias turcomanas, incluso informaciones
no confirmadas hablan de una posible colaboración entre el DAESH y el ejército
turco, algo que ya a nadie extrañaría a estas alturas. Ya sea por una razón o
por otra, el caos se eterniza en Siria, y con él, el sufrimiento. Como era de
esperar los Estados Unidos han
abandonado a sus aliados kurdos, tanto
James “Perro Loco” Mattis, secretario de defensa de la administración Trump,
como el secretario general de la OTAN, Stoltenberg, han dado el visto bueno a
la intervención turca: Turquía tiene derecho a defenderse. Erdogan se
alimenta de un neo otomanismo expansionista con el que pretende coser a una
sociedad turca rota en sus contradicciones más profundas.
El caso es que para el común de
los habitantes actuales de ese destello vivo de lo que un día fue Al Andalus,
en el que Al Assad decía sentirse como en casa, el conflicto sirio se les
aparece como imposible de comprender; un conflicto en el que el caos y la
crueldad no tienen motivos; un brutal y salvaje todos contra todos. El
tratamiento que los grandes medios de comunicación dan al conflicto en muchas
ocasiones contribuye a esa visión. Se asemeja
a veces al de los conflictos africanos, como el de la República Democrática del
Congo, es decir, se proyecta una acumulación de noticias sobre matanzas e
imágenes bélicas, sin que muchas veces se pongan en contexto o se expliquen, y
las pocas veces que se explican, se echa mano del relato habitual, del guión
prefabricado al que antes hemos aludido.
Se crea así una imagen brutalizada de los pueblos; son salvajes que se
matan los unos a los otros porque sí, no hay explicación más allá de su
brutalidad intrínseca. Incluso esa visión de salvajismo se da con pueblos
europeos situados fuera de los esquemas occidentalizados, pasó con las guerras
de la antigua Yugoslavia, especialmente con los serbios, y se da ahora con los
rusos, en general, -rusofobia- o en relación con el conflicto en el Este de
Ucrania.
Con todos los matices y
explicaciones que sean necesarias dar, la actual Andalucía es el destello de lo
que un día fue Al Andalus, una discontinua continuidad de aquel Oriente en
Occidente. Nuestro pasado, el de los andaluces y andaluzas de hoy, está
conectado con el otro extremo del Mediterráneo, con Siria, y también con
Egipto, con el Líbano, con Palestina o con el lejano Iraq. Es la autopista del Mediterráneo. No somos tan
diferentes como nos han hecho creer, ni en el pasado, ni en el presente. Naves fenicias o naves de Tharsis, recorrían
de una punta a la otra el Mediterráneo desde la Antigüedad, y esas naves no
solo transportaban productos para el intercambio comercial, sino también
portaban ideas, diferentes formas de ver e interpretar el mundo. Hablamos de un intercambio milenario.
El profesor titular de
Pensamiento Árabe e Islámico de la Universidad de Sevilla, Emilio González
Ferrín, nos suele hablar con frecuencia de esa autopista del Mediterráneo. González Ferrín se ha destacado
actualmente por rechazar la tesis de la invasión árabe-islámica de la Península
Ibérica en el 711. Lo argumenta en varios trabajos, pero sobre todo en Historia General de Al Andalus (2006).
Ferrín insiste en rechazar la conquista militar islámica como hecho catalizador
de Al Andalus, relacionando esa insistencia crítica con lógicas de continuidad
y cambios progresivos en la Historia. Tal y como hoy Siria se nos presenta como
un caos -un todos contra todos al que no se le encuentra sentido- la Península Ibérica de principios del siglo
VIII se nos presenta de igual forma caótica, a no ser que asumamos la ideología
nacionalista española y su tesis de la pérdida de España a manos del Islám,
tesis que hoy apenas si resiste tal cual
el más mínimo análisis crítico y riguroso, aunque sea la normalmente aceptada
–cada vez menos- y difundida.
En ese caos peninsular,
especialmente en lo que era el territorio de la Bética, preñado de conflictos
internos, donde lo religioso permanentemente camuflaba lo social y económico, aparecieron sirios, pero también bereberes,
muchos islamizados, pero no dentro de los códigos o de lo que hoy podemos
entender como Islam, porque como bien se encarga de puntualizar Ferrín, el
Corán no se recopila hasta aproximadamente el año 800, años después de la
fundación de Bagdad, y a la lengua árabe, en el 711, aun le quedaban unos cien
años para ser una lengua internacional. González Ferrín afirma: “Desde 711 hasta 756 son años de guerra
civil. Hubo una cantonalización de la península. El norte va por un lado;
Levante, por otro; Portugal, por otro. España sufre una hambruna y una guerra
civil generalizada a la que se incorporan tropas del norte de África que no son
árabes ni bereberes, sino púnicos, visigodos, vándalos y bizantinos (…) En esta
guerra civil, grosso modo, los contendientes son los partidarios de [los reyes
visigodos] Witiza y Rodrigo” (González
Ferrín niega la invasión islámica del año 711 en 'Historia general de Al
Ándalus’, https://elpais.com/diario/2006/11/17/andalucia/1163719349_850215.html). A mediados del siglo VIII, según
González Ferrín, nos encontramos a un Juan de Damasco (San Juan Damasceno)
hablando de lo que hoy entendemos que va a ser el islam, para él una herejía
más del cristianismo, sin que en ningún momento lo llame “Islám”; y es
justamente eso lo que estaba ocurriendo en todo el Mediterráneo: mil
movimientos distintos heréticos, unos contra otros, y uno de ellos acabó consolidándose
como religión; esos movimientos, no lo olvidemos, recorrían la vieja autopista del Mediterráneo.
Llegados a este punto conviene no
confundir fondo y forma, es decir, conviene no confundir imágenes de caos y
confusión con la inexistencia de una explicación concreta de los hechos que
motivan esas imágenes, y eso nos vale para la vieja Al Andalus y para la actual
Siria. El caos y la confusión en uno y otro caso, ocultan complejidades que
tenemos el deber de analizar. El caos actual sirio no puede ni por un instante
privarnos de tener en cuenta la complejidad de una sociedad que Occidente en
sus esquematismos y en su racismo suele pasar por alto, a no ser que le
convenga azuzar contradicciones en función de los intereses de sus oligarquías
imperialistas. En el mosaico sirio encajan piezas musulmanas suníes y chiíes, y
dentro de éstas: alauitas o duodecimanos –como el presidente Al Assad-,
ismaelíes, etc.; también drusos, múltiples iglesias cristianas ortodoxas y católicas;
en ese mosaico tenemos piezas kurdas, árabes, turcomanas o armenias, sin
olvidarnos de los refugiados palestinos. Conviene tener presente algo que es más que un simple
dato curioso o anecdótico: la comunidad judía más extensa de Oriente Medio
fuera del Estado de Israel se encuentra en Siria. Ese mosaico se ha conseguido
mantener hasta la actualidad, no sin problemas y no sin errores, gracias al
demonizado gobierno del partido del renacimiento árabe socialista BAAZ, y de
sus aliados comunistas y socialistas árabes.
Como afirma el sociólogo José
Antonio Egido, Siria es hoy, por muchos motivos, el centro del mundo, como en
su momento pudo ser la Península Ibérica, Al Andalus. Hoy en Siria se juega los Estados Unidos y sus
aliados europeos la hegemonía mundial: la lucha por el poder del dólar y del
euro, subordinado a éste, y el futuro de la explotación y distribución de los
recursos energéticos; pero también se juega la soberanía y la independencia de
los pueblos. Hoy la autopista del Mediterráneo
huele a muerte y destrucción, a los cadáveres flotando en el mar. Hoy nuestra autopista está militarizada y alambrada,
rodeando la fortaleza europea de Merkel y Macron. Son los muertos, son los que huyen de las
guerras que el poder del dólar o el control de las conducciones del gas
provocan. En Andalucía, a este lado de la autopista,
debemos mirar hacia el otro lado, tomar conciencia de lo que allí pasa, lejos
de los relatos y de los guiones prefabricados, asumiendo también que allí, en la otra punta, también se juega
nuestro futuro, el de los andaluces y andaluzas de hoy.
Antonio Torres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario