martes, 28 de junio de 2022

El Noreste de Siria y más allá, entre Westfalia y Orwell.

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Algunos estados occidentales parecen estar desarrollando una política exterior «orwelliana», condenada al mismo fracaso que la de Francia, Reino Unido y Estados Unidos.



Desde 1648 los estados son los actores más relevantes y decisivos en las relaciones internacionales. Aquel fue el año de la Paz de Westfalia, que dio lugar a un nuevo orden en el que el protagonismo de los estados se consagró como principio fundamental, posteriormente ratificado en cada una de las cláusulas del derecho internacional. El propósito era consolidar un orden mundial estable. Incluso aquellos estados gamberros que han tratado de cubrir sus disfuncionalidades en la arena internacional, especialmente después del fin de la Guerra Fría, promoviendo otras herramientas de política exterior aparentemente no estatales, siempre han terminado adhiriendo a Westfalia. Algunos antiguos imperios en decadencia pero para nada escleróticos y otros nuevos —Francia, Reino Unido y Estados Unidos— han promovido en su interés ONGs de ayuda humanitaria y a otros supuestos actores internacionales. Sin embargo, inevitablemente y a la hora de la verdad siempre han terminado recurriendo a esos instrumentos consolidados en los que los estados, y solo los estados, están llamados a lidiar con los problemas mundiales.

Un ejemplo evidente de esto es la situación del noreste de Siria. Después de años de violar por todos los medios la soberanía estatal de Siria en la región, Francia, Reino Unido y Estados Unidos finalmente parecen empezar a aceptar la realidad. Recientemente han admitido en el Consejo de Seguridad de la ONU que sin la aprobación expresa del Estado sirio, la ayuda humanitaria y otros cargamentos no tan bien intencionados, no pueden ingresar legalmente al territorio sirio por el paso fronterizo de Jaroubiya con Irak. Durante la última década, el punto de tránsito se ha utilizado para desestabilizar Siria. Estos estados han estado infiltrando por ahí no solo armas, sino también combatientes de distintas nacionalidades y peligrosas intenciones. Al mismo tiempo, por ese mismo paso han contrabandeado con petróleo, trigo, antigüedades y otros recursos de Siria.

A expensas de los derechos y el bienestar de la mayoría de la población de la región, todos esos instrumentos de política exterior opuestos a los principios de Westfalia, ayudaron a crear la idea errónea de que ciertos lugares del territorio sirio están gobernados por un posmoderno, consolidado e irreversible  régimen kurdo, el embrión de un estado utópico defensor de los intereses de esas potencias y de Israel. Tal proyecto pretende desarrollarse en contra de los derechos reconocidos internacionalmente de un pueblo sirio preexistente. En 1919, los sirios expresaron a la Comisión King-Crane su voluntad inequívoca de consolidar dentro de las fronteras históricas de Bilad al-Sham un estado unitario que pudiera garantizar el carácter social multiconfesional y multiétnico del milenario pueblo sirio (véase el libro en inglés Syria the strength of an idea Syria, de Karim Atassi).

Las milicias y organizaciones políticas kurdas en el noreste de Siria de inmediato acusaron el golpe en el Consejo de Seguridad. Se han sentido abandonados a su suerte frente a Turquía. Por eso ahora consideran como traidores a aquellos patrones de corto recorrido que han demostrado actuar únicamente en su propio interés. Sin embargo, algo que no debe olvidarse es que esos patrocinadores de algunos grupos kurdos son, como la República Árabe Siria, estados de pleno derecho que toman decisiones de acuerdo al orden Westfaliano todavía vigente. Todo lo demás es una pura “distopía orwelliana”, definida como un mundo imaginario que cuando pretende convertirse en realidad puede  llevar a los sujetos sometidos a esos experimentos a sufrir unas “vidas miserables, deshumanizadas y espantosas”.

Solo basta con preguntar a la población de los barrios sirios de Qamishli o Hasaka cercanos a las áreas inconexas en las que unos kurdos recién llegados y ajenos a la mayoría de los kurdos sirios han tratado de imponer sus llamadas «zonas administrativas autónomas». Árabes, asirios, armenios y kurdos sirios nativos por igual, han sido perseguidos por las milicias de las SDF (Fuerzas Democráticas Sirias) cuando se manifestaban contra el bloqueo armado impuesto al libre tránsito de alimentos, medicinas, combustible e incluso agua potable. Este último recurso vital cada vez más escaso al incrementar las fuerzas de ocupación turcas los cortes de agua.

El propio George Orwell dejó muy claro a través de sus novelas y en sus ensayos que esas peligrosas distopías a menudo se imponen corrompiendo el uso del lenguaje, «para hacer que las mentiras suenen veraces y el asesinato aceptable». Esa propaganda lingüística incluye retorcer referencias toponímicas al extremo, por ejemplo, de señalar que el nombre de una empresa ferroviaria alemana es una palabra kurda que precede al nombre árabe de una ciudad siria.

Lo más impactante es que algunos estados que para actuar en la escena internacional se deben a los principios de Westfalia y al derecho internacional, han caído en el estado de las cosas definido por el autor de Rebelión en Granja, Homenaje a Cataluña, 1984 y La Política y la lengua inglesa. Algunos estados occidentales parecen estar desarrollando una política exterior ‘orwelliana’ condenada al mismo fracaso que la de Francia, Reino Unido y Estados Unidos.

En la misma semana en la que el nuevo ministro de Asuntos Exteriores de España estableció como prioridad un entendimiento con Marruecos,  la asamblea local de la nororiental región española de Cataluña admitió discutir y votar una resolución que obliga al gobierno regional a reconocer la llamada “administración autónoma del noreste de Siria”. La propuesta cuenta con el patrocinio de varios partidos regionales, entre ellos alguno que forma parte del Gobierno nacional español y otros que prestan sus votos para que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pueda permanecer en el cargo.

El proyecto de resolución es una distopía en sí misma, un engaño orientalista, en el sentido descrito por Edward Said. De lo contrario, ¿cómo podría entenderse que en el mismo texto las pretendidas ambiciones de algunos kurdos en Siria se identifiquen con el derecho de autodeterminación internacionalmente reconocido a saharauis y palestinos? Es aún más extraño si se considera el objetivo declarado del nuevo ministro de Asuntos Exteriores de España y el hecho de que algunos de los patrocinadores de la resolución tienen una larga tradición, ya sea por razones biográficas o políticas, de apoyar a ese mismo Israel que niega los derechos de palestinos y saharauis. Todo ello por no mencionar cómo en el texto confunden orígenes étnicos con religiosos e ignoran a los kurdos sirios, que superan en número a los recién llegados de Turquía, y ningunean a héroes nacionales sirios como Ibrahim Hanano o la amplia lista de presidentes sirios, primeros ministros o líderes de partidos políticos  sirios también de origen kurdo.

El episodio representa un daño auto infligido del Estado español porque, si bien la administración autonómica de Cataluña es la máxima expresión del Estado español en esa parte de su territorio, la política y la acción exterior de España solo la puede ejercer el Gobierno nacional de España. La resolución habla de un “confederalismo municipal impreciso” en el noreste de Siria. Contradictorio si se considera que en 2018 los defensores de esa distopía se negaron a participar en las elecciones municipales nacionales sirias. Vaya homenaje más provinciano e ignorante a Cataluña, y sobre todo, a España, estado que desde Westfalia en adelante tiene derecho a actuar internacionalmente, aunque hoy parezca adoptar una aproximación ingenua, «confederal» y orwelliana cuando del Medio Oriente se trata.


Publicado originalmente en: Al Mayadeen

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